Estupendo día para realizar la excursión que todos los años organizamos los socios de ARGIA, Asociación de Ostomizados de Bizkaia; este año nuestro destino ha sido a Salinas de Añana, el Valle Salado.
La primera parada del día se realizó en el pueblo alavés de Pobes, allí tomamos un hamaiketako que sirvió para reponer fuerzas, pero también para saludarnos e integrar en el grupo a los nuevos socios que acudían por primera vez a la excursión.
Continuamos después la ruta hacia nuestro primer destino. La factoría del “oro blanco”, un lugar increíble donde hemos aprendido su historia milenaria, la vida de los salineros y el auge que tuvo antiguamente. Allí donde las familias vivían de la sal, hasta mediados de los años sesenta del siglo XX, la industrialización en el campo de la sal fue reemplazado por las fábricas que trataban este producto, y también la dureza que tenía el oficio de salinero.
El paseo, de una hora de duración, fue agradable y muy instructivo. La guía iba desgranando la historia del Valle, que se remonta a unos a unos 200 millones de años atrás, cuando el actual emplazamiento de las salinas estaba cubierto por un gran océano, que al secarse dejó una capa de sal de varios kilómetros de espesor. Con el paso del tiempo esta capa se cubrió con diferentes estratos de tierra que la taparon definitivamente.
Debido a la diferencia de densidad entre capas, en algunos puntos la sal ascendió a la superficie terrestre: es ahí donde encontramos las salinas de interior.
Así nació uno de los paisajes naturales, más bellos y ricos del País Vasco. Pasear por sus sendas y seguir el trazado de los cientos de canales de madera que distribuyen el agua salada de los manantiales por sus 120.000m2 de extensión regando sus eras, probar el agua salada, descubrir su alto grado de salinidad, conocer el oficio del salinero, descubrir en su tienda los diferentes tipos de sal (Flor de sal, chuzo, etc.) Escuchar su historia es como vivir todo lo que aquellos hombres y mujeres trabajaron sacando a la tierra su preciado tesoro.
Existe un plan de revitalización esbozado por la Fundación Valle Salado de Añana, que hoy en día podemos visitar; este singular paisaje que en pleno junio luce totalmente blanco. El sol también quiso unirse al grupo y brilló espléndido durante nuestra visita, y al terminar el recorrido pudimos disfrutar de un agradable baño de pies en las aguas hipersaladas, algo realmente relajante. Fue impresionante el bienestar que sentimos, como si 100 manos hubieran masajeado nuestros pies.
De vuelta al autobús, recorrimos los pocos kilómetros que separan las salinas de la casa Palacio de los Varona.
Casi en el centro geográfico del valle de Valdegovía, se alza aislado y sobre una altura el conjunto histórico artístico “Torre Palacio de los Varona”.
La torre se construyó a finales del siglo XIV. El origen del apellido Varona data del siglo XV. Hay una bonita leyenda (o realidad) explicando el origen del apellido. Desde entonces hasta la actualidad, la torre ha sido habitada por sus descendientes directos.
Paseamos por sus diferentes estancias. Buenos ejemplos del mobiliario de la época en que se construyó la torre era, por ejemplo, una extensa colección de cerámicas, jarras, vasos, platos, etc. Hay una interesante reproducción de varias habitaciones donde residían los Varona en el siglo XIX, y cobran especial relevancia los papeles pintados y demás objetos de aquella época. Subimos hasta el ático, desde donde se puede divisar un amplio paisaje en el que se encuentran lugares de gran interés histórico y natural.
La visita a la torre fue larga, el reloj nos avisaba que era la hora de comer, nos dirigimos al camping de Angosto, en un entorno natural privilegiado, situado en el interior del recinto, donde se ubica un restaurante con una cocina casera tradicional e innovadora.
La comida fue muy agradable. Platos bien cocinados y servidos .Y de postre, un riquísimo yogur de flan especialidad de la casa, que fue el remate a una deliciosa comida.
Después de muchas fotos e innumerables conversaciones con unos y con otros, llegó una larga sobremesa en la terraza del restaurante. Aunque también hubo socios que se animaron a realizar un pequeño recorrido hasta una ermita cercana.
La tarde pasó rápidamente y la vuelta a casa se hizo corta comentando lo mucho que habíamos visto y disfrutado aquella mañana.
La verdad que nos salio una excursión de lo más salada.
Karmele G. Ferrero.